
En el caso del Sapo común, las glándulas parótidas son bien desarrolladas, ubicadas detrás de los tímpanos a ambos lados del cuello. Estas segregan una sustancia viscosa, de color blanco, que la gente llama "leche de sapo". Aunque se percibe como tóxica, en algunas regiones tropicales la piel de los sapos puesta al fuego se ha usado en medicina empírica como una cura segura contra la erisipela.
Este líquido viscoso no sólo produce quemaduras desagradables en las mucosas de la boca o los ojos de otros animales. Ciertas especies como el sapito minero, producen un veneno paralizante. Al sur de Venezuela, los indígenas han usado el veneno producido por las glándulas de esta especie para impregnar la punta de los dardos de las cerbatanas y así asegurarse de que los animales que cazan son muertos rápidamente.
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